viernes, 25 de mayo de 2018

I CAPITULO: PARPADEOS

1. Parpadeos 

Todo el mundo sabe lo que es parpadear: abrir y cerrar repetidamente los párpados. Cuando decimos que todo el mundo lo sabe, no es solo una forma de hablar, no es como decir todos mis amigos o toda mi ciudad. Todo el mundo es todo el mundo, porque todas las personas de todo el planeta Tierra parpadean. Y todos lo hacen igual. Siempre ha sido así. Durante la historia de la humanidad han cambiado muchas cosas: la forma de vestir, la forma de divertirse, la forma de construir y la forma de destruir. Pero la forma de parpadear, no. Parpadead un par de veces. ¿Ya? Pues igual que vosotros lo habéis hecho se parpadeaba hace mil años, o hace cien. Y, lo que más nos interesa para esta historia, hoy en día nosotros parpadeamos igual que se parpadeaba en el año 1932. En 1932 sucedieron un puñado de grandes cosas y, como todos los años, miles de pellizcos de 14 cosas pequeñas. La mayoría de la gente asume que las cosas pequeñas no suelen aparecer en el perió- dico y las grandes sí. Pero eso no es del todo cierto. Todos los días los periódicos publican multitud de anuncios, noticias y artículos que nadie o casi nadie lee. Aparentemente no tienen importancia, pero se publican porque para alguien, en algún sitio, ese pequeño texto puede tener el mayor interés. Aquel año los diarios recogieron noticias importantes, como la celebración de los juegos olímpicos o el primer intento de Adolf Hitler de hacerse con el poder en Alemania. Ambos son sucesos importantes, sí, pero para esta historia, no. Para esta historia interesa un escueto anuncio aparecido en la esquina de la penúltima página de L’Herald des Arcs, un periódico de provincias francés. El 10 de abril de 1932, una marquesa, un conde y dos barones se presentaron en la casa de la jovencita Eugéne Chignon y le insistieron en que leyera ese anuncio. Aunque, como hemos dicho, todos los parpadeos se parecen, no siempre se parpadea por la misma causa. Se puede parpadear porque se nos ha metido algo en el ojo, porque nos da una luz muy brillante, por pena, por alegría, por ilusión o por asombro. 15 En este caso, la primera vez que mademoiselle Chignon leyó el anuncio en aquel diario francés parpadeó asombrada.
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