lunes, 13 de junio de 2016

MITOS LEYENDAS Y CUENTOS PERUANOS




MITOS, LEYENDAS Y CUENTOS PERUANOS

Edición de José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos

El médano Blanco (Piura)

En el distrito de Sechura, en el desierto, a unos veinte kilómetros de la población, se encuentra un inmenso médano, que por la blancura de sus arenas le llaman médano Blanco.

Éste es muy alto, nadie puede subirlo, porque dicen que está encantado.

Está rodeado de forraje y cuentan los pastores que habitan por allí, que siempre oían tocar un tamborcito pero que nunca llegó a ser descubierto quién lo tocaba. En el centro del médano, hay corales y cosas de oro, por eso la gente quería subir; y apenas habrían subido cinco a seis metros, comenzaban a hundirse; y como tenían miedo, no continuaban.

Se cuenta que dos señores, yendo por esos lugares se perdieron del camino. Cuando se dieron cuenta que estaban perdidos ya habían caminado bastante; tenían sed y no encontraron donde tomar agua.

Caminaron más y más, buscando cómo orientarse. De pronto, vieron un río, se alegraron y se dirigieron a él. Cuando llegaron hicieron beber a sus caballos. Ellos llevaban dos depósitos y también los llenaron de agua. Creían que era el río de Batán, que pasa cerca de Sechura; pero como estaban cansados, se quedaron a descansar y se durmieron. Cuando despertaron, cuál sería su sorpresa al ver que el río era un médano; los depósitos que llenaron de agua estaban llenos de arena. Estaban encantados; este médano era el famoso médano Blanco, y no sabían cómo llegaron a él.  

Dicen que en época de Semana Santa aparecen varios de esos llamados encantos, junto al médano; también dicen que aparece un patito; y creen que éste fue una persona que por curiosa subió al médano y se quedó encantada. Algunas veces el patito aparece en los ríos, transformado en patito de oro, y cuando encuentra alguna persona buena, sale a hablarle, diciéndole que en tal o cual lugar hay un tesoro reservado para él.


La playa de Yasila (Piura)

Yasila es una atrayente playa situada en las proximidades de Paita.

Acerca del origen de este nombre unos dicen que viene de dos palabras que se unieron. Un joven llamado Zila vivía en esa playa, y cuando sus familiares lo llamaban, le decían «Ya Zila», y al unirse estas dos palabras, llamaron a esta atrayente playa «Yasila».

Según otros el origen de la palabra se remonta a los tiempos del último inca de una región llamada Chinchasuyo. Había entonces una familia muy respetada y en ella siempre se destacaba el hijo mayor como sabio, o sea, Amauta.

En aquel tiempo la tribu nombró como cacique a un hombre llamado Yucay, el cual era enemigo del Amauta. Siempre, desde su infancia, el hijo de la familia se había distinguido por su ingenio, es decir, el hijo de la familia respetada. Este hijo era entonces Huayna, contemporáneo de Yucay. En cambio Yucay era envidioso, y siempre buscaba la forma de deshacer el trabajo de Huayna, pero éste, que era más hábil que Yucay, lograba evitarlo.

Pasaron algunos años hasta que Yucay se destacó como guerrero y lo elevaron a cacique. Lo primero que hizo fue expulsar a la familia de Huayna, y ordenó que se retiraran en secreto, durante la noche. La familia de Huayna se componía de siete personas, y salieron en más de 100 llamas, pues se les permitió que llevaran sus tesoros.

El viaje fue penoso, hasta que llegaron a una playa solitaria. Y sintieron temor; pero luego se acostumbraron a la soledad, y decidieron quedarse. Y empezaron a construir sus viviendas.

Pero como la felicidad nunca es duradera, cierto día unos indios desconocidos, incivilizados, llegaron a perturbarles su tranquilidad, atacándolos. Ellos pensaron en salvarse y se embarcaron en un gran bote, gimiendo y pidiendo ayuda. Mas, viendo que todo era inútil, resolvieron callarse.

La familia de Huayna continuó navegando en su canoa, cantando himnos al sol, y en sus estrofas decían varias veces: «Yasila, Yasila». De allí que la gente de aquellos tiempos optó por llamarle a este lugar Yasila.


El pueblo de Narihualá
(Piura)
A pocos kilómetros de la ciudad de Catacaos existe un pueblecito llamado Narihualá. Este pueblo, según relatos históricos y los restos encontrados, fue poblado por varias tribus. En tiempo en que los tallanes poblaron esta ciudad, vivían formando ayllus que se dedicaban al pastoreo y la agricultura.

Al tener noticias de que el conquistador Francisco Pizarro se encontraba cerca del pueblo, se llenaron de espanto, y se enterraron vivos, con todas las riquezas que poseían, a fin de que los españoles no se apoderaran de ellas. También dicen que este pueblo tenía un grandioso templo dedicado al culto del Sol, adornado con objetos de gran valor.

Entre estos objetos existía una campana de oro; al descubrirla, los españoles se llenaron de admiración; y aumentó más su codicia. Se arrojaron para capturar la campana, pero ella se desplomó, y cayó al suelo, hundiéndose; y no fue posible encontrarla a pesar de los esfuerzos de los españoles. Hoy este pueblo tiene pocos habitantes; y todavía existen paredes de casas antiguas. La iglesia está construida sobre una lomita de tierra, a la cual se le ha denominado el Alto de Narihualá.

Cuentan los pobladores que el día de Viernes Santo sale un indiecito que lleva en la mano derecha un candil encendido y en la izquierda una campana que al tocarla hace gran ruido; y que este día es el apropiado para hacer la búsqueda de los objetos enterrados.

Muchas veces han encontrado sepulcros rodeados de objetos de oro, plata y huacos que contienen dentro gran cantidad de perlas.

Está prohibido por el Gobierno y las autoridades apoderarse de estas
riquezas, aplicando serios castigos a los que desobedecen esta orden.

La barquita misteriosa
(Piura)
En el departamento de Piura, como sabemos, se encuentra Cabo
Blanco. Dicen que en este sitio ocurrió un caso que hasta ahora se recuerda con mucho temor. Pues cuentan que gentes que se dedicaban a
la pesca en las noches iban en su bote a pescar cerca de Cabo Blanco, pero no volvían nunca más; sólo su barca era devuelta por las olas a la orilla, pero sin la menor seña de algún pobre pescador; desaparecían misteriosamente, como por encanto. Y cuentan que todas las noches aparecía un barquito luminoso a pasearse y navegar; y luego desaparecía en la inmensidad de las aguas. En Semana Santa era cuando los dedicados a la pesca sentían un impulso de irse muy adentro del mar a pescar pero no se volvía a saber nada de ellos.

La esposa de un pescador estaba cierta vez triste y desesperada por la tardanza de su esposo, cuando sintió un inmenso calor en todo el cuerpo
y el reflejo tan grande de la luz de aquel barquito; y luego ella quiso huir hacia su humilde hogar, pero quedó petrificada y una voz débil le dijo: «No habrá más aflicciones para este sitio, pero pido que mañana, que es día de San Juan, arrojen al mar un niño sin bautizar, a las doce de la noche, o si no, los hombres que fueron a pescar desaparecerán».

La mujer palideció y prometió hacer lo convenido; la barca desapareció
rápidamente. Para esto, todas las mujeres comentaban sobre la voz que había salido de la barca. Y una mujer, haciendo el más grande de los sacrificios, tomó a su hijita en sus brazos; la niña estaba moribunda, desahuciada por los médicos; y con gran pena arrojó la criatura al mar. Y una luz hizo estremecer a la mujer: era la explosión de aquella barca que según dicen era de un pirata que estaba condenado y que quiso salvarse haciendo desaparecer a muchos hombres; pero sólo un niño sin pecado podía salvarlo; y es por eso que desapareció para siempre aquella inmensa pena e inquietud de los pescadores, con el sacrificio de la criatura moribunda. Sin embargo, aún hoy, con mucha timidez, van cerca de ese sitio, para ver si sale la barquita mágica, pero la barquita no se asoma. Y dicen que sólo para Semana Santa sale a las doce de la noche y da terror.

El cerro de la Vieja y el Viejo
(Lambayeque)
Cuentan los antepasados esta leyenda del cerro de la Vieja y del Viejo que se encuentra en el centro de la carretera de Lambayeque a Motupe.

Dicen que en el cerro vivían un par de viejitos; y un día se les presentó
Nuestro Señor Jesucristo en persona, y como tenía sed, les pidió por favor le dieran agua; y los viejos le negaron; y entonces Nuestro Señor Jesucristo, en castigo, los convirtió en cerros. Y dicen que cada año cae una piedra de los cerros y que éstos lanzan sus quejidos.

El cerro de la Campana
(La Libertad)
Contaba muy pocos años, cuando una de aquellas tardes en que la familia, entre una y otra cosa, hace recaer la conversación sobre temas históricos, leyendas y cosas lejanas que han ocurrido aquí o allá, que yo escuché una historia, una historia que se grabó tanto en mi memoria, que nunca pude olvidar y la cual voy a relatar como yo la escuché entonces:

Hace muchísimos años de este suceso y los españoles aún eran dueños y señores del Perú.

En un cerrito de la caleta de Huanchaco apareció una Virgen. En ese lugar se levantó una capilla. Poco tiempo después, y cuando ya la Capilla albergaba a la Virgen, muy cerca se encontró una enorme campana de oro de una belleza divina; llevaba una inscripción que rezaba: «Para la iglesia de Huanchaco». La noticia se difundió en un momento y llegó hasta Trujillo. Se trató de averiguar su procedencia; pero vanos fueron los esfuerzos porque no se supo nada. Se discutió sobre el destino que se debía dar a la campana; según unos debía quedarse en la capilla de Huanchaco; pero otros alegaban que no podía quedarse una cosa de tanto valor en una caleta insignificante; que Trujillo adquiriría mayor atractivo con su catedral adornada por esa campana; además lo mismo daba que estuviera en una iglesia o en otra. Aceptándose la segunda opinión, y con mucho trabajo, en el cual cooperaron muchos hombres, se trasladó la campana hasta la catedral de Trujillo. Pero si el transporte fue difícil, mucho más costó subirla hasta la torre y fijarla en las barras donde se debía tañer. Muy cansados y transpirando a cual mejor bajaron los hombres de la torre para contemplar cuán hermosa se veía la catedral con su nueva y potente campana. Mas el espectáculo no duraría; al día siguiente, y muy temprano, acudieron nuevos curiosos a conocer la campana; pero cuál sería su sorpresa al contemplar la torre vacía y los barrotes de la campana rotos. ¡La campana había desaparecido!

Un mensajero de Huanchaco vino a confundirlos más; pues, la campana se hallaba en el lugar donde la vieron por primera vez. Pero a pesar de este raro suceso, no se conformaron con que la campana se quedara en Huanchaco. E hicieron los preparativos para llevarla nuevamente a
Trujillo. Esta vez la encontraron muy pesada y tuvieron que redoblar el esfuerzo y el ingenio para conseguir su propósito. Con todo, sintieron gran satisfacción al contemplar la campana nuevamente en la catedral donde por segunda vez la admiraron. Se pusieron guardianes para evitar que se repitiera el suceso que días antes los había asombrado. Pero ¿qué sucedió? Quizá los guardianes se durmieron; lo cierto es que al día siguiente, en lugar de la campana, estaban sólo los barrotes rotos.

Esta vez no podrían apoderarse más de la campana; los habitantes de Huanchaco la habían visto pasar por el aire, en vuelo veloz, y clavarse con gran estruendo en un cerro que queda cerca de la capilla de esa caleta.

Y ahí está y estará; quién sabe hasta cuándo.
A la Virgen de la capilla se le hace una gran fiesta cada cinco años y se la lleva desde Huanchaco hasta Trujillo. En las vísperas de esa fiesta, cuentan que a las doce de la noche se oyen los tañidos graves y sonoros de la campana; y otros dicen que no sólo por esos días sino todos los días a las doce de la noche se oyen unos toques como si llamaran a misa; que el repique es muy impresionante y extraño.

Esta capilla es notable por su Virgen y porque ahí reposan los restos del Deán Saavedra. Y además junto a ella se halla el cerro de la Campana.
El sueño del Pongo. José María Arguedas

Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el turno de pongo, de sirviente en la gran residencia. Era pequeño, de cuerpo miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas viejas.

El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludó en el corredor de la residencia.

¿Eres gente u otra cosa? - le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de servicio.

Humillándose, el pongo contestó. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie.

¡A ver! - dijo el patrón - por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas sus manos que parece que no son nada. ¡Llévate esta inmundicia! - ordenó al mandón de la hacienda.

Arrodillándose, el pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la cocina.

El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Todo cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco como de espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían. `Huérfano de huérfanos; hijo del viento de la luna debe ser el frío de sus ojos, el corazón pura tristeza, había dicho la mestiza cocinera, viéndolo.

El hombrecito no hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo cuanto le ordenaban, cumplía. `Sí, papacito; sí, mamacita, era cuanto solía decir.

Quizá a causa de tener una cierta expresión de espanto, y por su ropa tan haraposa y acaso, también porque quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían para rezar el Ave María, en el corredor de la casa -hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo.

Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara.

- Creo que eres perro. ¡Ladra! - le decía.

El hombrecito no podía ladrar.

Ponte en cuatro patas - le ordenaba entonces-

El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies.

Trota de costado, como perro - seguía ordenándole el hacendado.


El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna.

El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía todo el cuerpo.

¡Regresa! - le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.

El pongo volvía, corriendo de costadito. Llegaba fatigado.

Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el Ave María, despacio, como viento interior en el corazón.

¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! - mandaba el señor al cansado hombrecito. - Siéntate en dos patas; empalma las manos.

Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las orejas.

Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor.

Recemos el Padrenuestro - decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.

El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.

En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.

¡Vete pancita! - solía ordenar, después, el patrón al pongo.

Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los colonos.

Pero ... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ése, ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía un poco espantado.

Gran señor, dame tu liciencia; padrecito mío, quiero hablarte - dijo.

El patrón no oyó lo que oía.

¿Qué?  ¿Tú eres quien ha hablado u otro? - preguntó.

Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte - repitió el pongo.

Habla ... si puedes - contestó el hacendado.


Padre mío, señor mío, corazón mío - empezó a hablar el hombrecito -. Soñé anoche que habíamos muerto los dos juntos: juntos habíamos muerto.

¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio - le dijo el gran patrón.

Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos. Los dos juntos: desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco.

¿Y después? ¡Habla! - ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.

Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos examinaba, pensando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.

¿Y tú?

No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.

Bueno, sigue contando.

Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: `De todos los ángeles, el más hermoso, que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro llena de la miel de chancaca más transparente.

¿Y entonces? - preguntó el patrón.

Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.

Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.

¿Y entonces? - repitió el patrón.

Angel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre, diciendo, ordenó nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro, transparente.

          Así tenía que ser - dijo el patrón, y luego pregunto:

Y a ti


Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco volvió a ordenar: `Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano.

¿Y entonces?

 Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. `Oye viejo -ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel -, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. (Rápido!. Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo, apestando ...

Así mismo tenía que ser - afirmó el patrón. - ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?

No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro Gran Padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego dijo: `Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora (lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo. El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora: sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.

COSTA: El cura sin cabeza
Según la leyenda, un sacerdote mezquino falleció pues tuvo que pagar por sus culpas; por lo que su espíritu aparecía sin cabeza a medianoche junto al altar de la capilla. Un día un joven que se había quedado dormido se quedó atrapado en el templo y cuando despertó encontró las velas encendidas misteriosamente. Asustado, empezó a pedir ayuda pero nadie lo escuchó. Entonces, vio aparecer en el altar al cura sin cabeza. El muchacho estaba aterrorizado; sin embargo, el cura le dijo que no temiera y que él solo quería celebrar una misa. Sin otra opción el muchacho se arrodilló y escuchó la misa. Al término de esto el espíritu se fue y no volvió a aparecer en la capilla.


SIERRA: El hombre dormido
Un indígena se levantó contra el inca y huyó pero en el camino que conduce a Jesús se sintió cansado y se echó a dormir. Por su ofensa al inca el Sol lo sumió en un sueño eterno. Es por esto por lo que mucha gente que va de camino a la fuente termal de Jesús puede ver al indígena sobre el cerro.


SELVA: Los chanchitos
Un señor que tenía la costumbre de regresar de su chacra en la noche una vez cuando estaba a mitad de camino se encontró con unos chanchitos diminutos que le impedían seguir caminando. Después de un rato los chanchitos se empezaron a volver más grandes y más furiosos. A duras penas logró llegar a la ceja del pueblo; sin embargo, de pronto se encontró dentro de un bosque y los chanchos le cerraban el paso obligándolo a entrar cada vez más en el bosque. Desesperado, comenzó a orar y en un instante se encontró nuevamente en el mismo sitio donde aparecieron los chanchitos. Libre al fin, comenzó a correr hasta que llegó a su casa. Al entrar violentamente cayó desmayado y comenzó a botar espuma por la boca, su mujer e hijos lo ayudaron y al escuchar lo que había pasado supieron que el Chullachaqui había sido el autor de todas esas visiones. El señor no volvió a viajar de noche.


Costa: LA FIESTA DE LOS NEGROS
La historia relata cómo el puerto del Callao, que, en ese momento se extendía hasta la Isla San Lorenzo, se separa de esta parcela de tierra. La razón fue la furia de Dios causada por los bailes inmorales que festejaban los negros que vivían en ese puerto, las consecuencias fueron un fuerte oleaje que acabó con el deceso de todos esos individuos, y la eterna separación del Puerto del Callao con la Isla San Lorenzo.


                             Sierra: YANACOCHA
La leyenda comienza con el exterminio de los españoles en la batalla de Ayacucho, y la necesidad de estos de esconder sus tesoros en un lugar, para no someterlos a los enemigos. Estos encuentran una laguna, y los lanzan ahí. La laguna era cristalina, pero al penetrar los tesoros en tan preciosas aguas, se tornó en color negro, y se le llamó la laguna de Yanacocha. Después de haber pasado un tiempo, se lanzó un hombre, en búsqueda de estos tesoros tan ricos, pero falleció en el intento. Se dice que a medianoche sale un toro amarrado con una cadena de oro sujetada por una sirena, el toro es el joven que trata todos los días de liberarse.

                             Selva: LA MINA DE SAL
En San Martín existía una mina de sal, en la cual habitaba una vieja, la madre de este lugar. Un día se presentó a la casa de una señora que había preparado yucas, y le pidió una de estas para cerciorarse si estaba bien de sal. Al darse cuenta que faltaba, soltó su moco en el batán donde estaban las yucas, y fue arrojada afuera por cochina. Les dijo que la necesitarían, que la iban a llamar, y la señora no entendió. Efectivamente, al poco tiempo, la buscaron, pero no la encontraron. Se han hecho investigaciones, y dicha mina, existe.


Sierra: LA CIUDAD DESTRUIDA
En Puyuya había una población indígena que por aparición de los españoles se refugiaron en un cerro y quedaron encantados. Desde entonces, todos los meses se oyen ruidos y llantos de indios. Poco después, se construyó una iglesia que tenía una campana de oro, los indios salvajes del Alto Marañón invadieron la ciudad y decapitaron a los habitantes. Un fraile español regresó en busca de la campana de oro, encontró la ciudad destruida y escribió el siguiente cuarteto:

Jaén de Bracamoros,
refugio de vacas y toros,
esqueleto de ciudades
y desengaño de todos.


Selva: LA CAPIRONA
Cuentan que los hijos de una familia de leñadores preguntaron a su abuelita sobre los sonidos de la capirona, su abuela contesto de que el primer sonido semeja el llanto de una criatura, y que grita de ese modo porque nace un varón que en el futuro la convertirá en trozos de leña; y que lanza el segundo grito y ríe porque nace una niña de la cual no se espera nada malo, razón por la cual se alegra y muestra así su contento. Esta creencia sigue teniendo efectos en los leñadores de la región amazónica.


Sierra - LA PIEDRA DE JAYAC
Trata de una señora de Shipashbamba que tenía un esposo que al maltrataba. Un día se perdió un novillo y el esposo la mando a buscarlo advirtiéndole que si no lo traía la mataría; ella partió un su hija y un perrito, pero no lo encontró, afligida se sentó a llorar sobre una piedra en Huembro. Dios la vio y la convirtió en piedra, aun puede verse hoy y la gente la llama Piedra Jayac o del Hambre.


Selva - LA PINSHA
En la provincia de Ucayali vivía un matrimonio con un solo hijo, este era extremadamente holgazán. Pasó por ahí un día una bruja con una gran nariz que, queriendo ayudar a los padres y castigar al hijo por burlarse de ella a causa de su nariz, lo transformó en un pájaro con un pico larguísimo condenándolo a solo poder beber el agua de la lluvia. Desde entonces existe la Pinsha y se oye su canto pidiendo agua a Dios.


                                     Costa: LAS BRUJAS
Una familia que vivía mama e hija, entonces la hija conoció a un joven y el joven se enamoró de la chica e iba siempre a visitarla a su casa, el nunca había sospechado nada, pero un día que fue a visitarla, noto que no había nadie y le pareció raro, entonces el joven se asomó y al ver bien vio a la mama diciéndole a la chica que si no encontraba un corazón rápido ella iba a morir y el joven asustado por lo que vio y escucho fui a decirle al alcalde lo que paso, y sin pensarlos las buscaron inmediatamente para poder quemarlas.


Costa: LA HUEGA
Cerca de Ica, siempre se hallaba una mujer mirándose al espejo, Un día un caminante se le acercó, ella se asustó y salió corriendo, dejando caer el espejo y así se formó la laguna de la Huega


                      Sierra: LA PAMPA DE LA CULEBRA
En una pampa cercana a Cajamarca, se encuentra un muro, de forma cilíndrica parecida a una culebra; se dice que en la época incaica, la culebra, que iba arrasando con todo a su paso, llegó a la pampa, donde le cayó un rayo, luego su cuerpo se fue endureciendo , hasta convertirse en el muro que es hoy.









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